Por Jorge Raventos
La performance personal de Alberto Fernández en el escenario internacional comenzó con rasgos heterodoxos. Lo habitual es que el primer viaje oficial de los presidentes tenga como destino a Brasil, gran vecino y socio comercial; Fernández empezó por Israel. El inicio estuvo en parte determinado por la circunstancia de que la visita se integraba a una agenda colectiva, el Foro Mundial del Holocausto al que habían comprometido su asistencia altos dignatarios de una cincuentena de estados, incluyendo a Vladimir Putin, Francois Macron y el vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence. Fernández comprendió el valor simbólico y político de su participación y no vaciló en desafiar la tradición de las primeras visitas presidenciales.
Israel antes que Brasil
En rigor, antes de confirmar su viaje a Jerusalén ya había decidido que su primer viaje no sería a Brasil. El plan de vuelos del Presidente tenía priorizado su encuentro con el Papa Francisco en El Vaticano y, aprovechando su estadía en Europa, reuniones con los presidentes de Italia y de Francia y con el jefe del gobierno español: ese periplo se inicia en tres días, el miércoles 29 de enero.
Después de algunos cortocircuitos con el presidente Jair Bolsonaro (Fernández había viajado a Brasil antes de asumir para subrayar su solidaridad con Luiz Inacio “Lula Da Silva”, que entonces se encontraba aún detenido), las cosas empezaron a cambiar con la presencia en Buenos Aires del vicepresidente brasilero, Hamilton Mourao, durante la entronización del mandatario argentino.
En su discurso, Fernández destacó que la amistad entre Argentina y Brasil estaba por encima de las diferencias entre sus dirigentes. Pocos días después Bolsonaro invitó a Fernández a visitar Brasil (lo hizo a través de declaraciones de prensa), pero ese encuentro sigue demorado: antes se Benjamín Netanyahureunirán el canciller Felipe Solá y su colega Ernesto Araújo, para delinear una agenda constructiva más allá de las divergencias de tono y de contenido que mantienen ambos gobiernos: el de Bolsonaro trata de desembarazarse de sus vínculos formales con el Mercosur para encarar con mayor libertad de movimientos relaciones económicas bilaterales con los grandes jugadores (Estados Unidos, China, Europa); al menos ese es el programa del ministro de Economía de Bolsonaro,
Paulo Guedes, un ortodoxo neoliberal que quiere liberar el comercio de su país de las trabas arancelarias convenidas por el bloque. Sin embargo, en el gobierno de Bolsonaro pesan mucho las Fuerzas Armadas, siempre ligadas a un pensamiento desarrollista menos propenso al liberalismo que ostenta Guedes.
El gobierno de Alberto Fernández demora aún en desplegar una propuesta económica integral: antes que nada quiere abordar la emergencia y reprogramar los vencimientos de la enorme deuda heredada. En cualquier caso, las líneas que insinúa tampoco coinciden con la ortodoxia que por ahora practica el socio brasilero; la combinación que empieza a esbozarse mezcla criterios de rigor fiscal con elementos de intervención estatal y trata de balancear los estímulos a la inversión con criterios de reparto guiados por el concepto de la equidad social.
La deuda y el Papa
Puesto que el tema deuda es prioritario, los movimientos exteriores de Fernández buscan allanar el camino para negociar con los acreedores, incluido el FMI.
La Casa Rosada es conciente de que para ese objetivo es importantísimo el papel de Washington y trata de conseguir ese apoyo con una estrategia de aproximación indirecta. El viaje a Jerusalén coincidió con la confirmación argentina referida a la organización político-militar proiraní Hezbollah, caracterizándola como terrorista: esa decisión no sólo fue aplaudida por el gobierno de Israel (aliado principal de Estados Unidos) sino también por el Departamento de Estado.
La Casa Rosada viene acumulando declaraciones positivas de Washington sin apelar para ello al seguidismo verbal que suele emplear el gobierno de Bolsonaro, sino más bien preservando claros espacios de autonomía, como en el tema Bolivia, donde protege (y también contiene) la acción de Evo Morales. Más allá de la importancia intrínseca de ciertos vínculos (Israel, México, por caso) el gobierno argentino tiende puentes eficaces hacia Washington mientras prepara un contacto cara a cara con el volcánico jefe del Ejecutivo estadounidense.
Las conversaciones con líderes europeos de la semana próxima también apuntan en primera instancia al objetivo económico: se trata de rodear de la mayor cuota posible de comprensión las venideras conversaciones con el Fondo Monetario Internacional, donde Europa cuenta con varios directores.
El encuentro con Francisco
La cita con el Papa Francisco tiene un rango especial. El Vaticano no tiene directores en el FMI, pero su opinión cuenta y llega. Más allá de eso, Fernández quiere ofrecerlo al pontífice -sin intermediarios- la seguridad de que su gobierno trabajará con el norte de la unión nacional que Bergoglio predica incansablemente, y lo hará junto a la Iglesia, descartando, la polarización exacerbada que se resumió en la llamada grieta.
El Presidente argumentará con franqueza los motivos por los que decidió respaldar la despenalización del aborto, que son, a sus ojos, de carácter sanitario y en modo alguno están ligados a ideologismos extremos de índole antirreligiosa. Fernández no espera recibir aprobación en este punto, pero sí comprensión.
Si los trabajos políticos destinados a esfumar la grieta y a generar un diálogo (inclusive una confrontación) que deje de lado odios, intolerancia y actitudes excluyentes podrían reabrirse las posibilidades de una visita del Papa a su patria. El año 2020 recién se inicia.